Montaña de San Lorenzo: alpinismo en cemento

*Vivir en la Ciudad de México les supone desventajas a niñas y niños: a su montaña no la rodean arroyos cristalinos, ni la sobrevuelan cóndores y menos aún pueden dar marometas en praderas aromatizadas por pinos frescos: su montaña es de cemento

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Si uno metiera sus orejas en las viviendas de Actipan, San Borja, Tlacoquemécatl o Extremadura Insurgentes con la simple misión de saber qué dicen ahí dentro niñas y niños un día cualquiera, oiríamos una demanda idéntica: “Mami, ¡vamos a la montaña!”.

¿Montaña? Sí. Aunque no sean pequeños suizos que viajan al monte San Salvatore, pibes argentinos que quieren conocer el volcán Tupungato o chiquitos japoneses camino al Monte Fuji, los niños chilangos ejercen su derecho al alpinismo. Vivir en la Ciudad de México les supone desventajas: a su montaña no la rodean arroyos cristalinos, ni la sobrevuelan cóndores y menos aún pueden dar marometas en praderas aromatizadas por pinos frescos. Su montaña es de cemento, porque aquí, a un costado de Insurgentes Sur, voltees a donde voltees sobra cemento. En veredas, casas, postes, jardineras, tiendas, puro cemento.

Pero seamos justos, la Ciudad del Cemento a veces se apiada de sus habitantes. La montaña del Parque San Lorenzo, escalada por los niños desde los días en que la radio programaba Love Me Do -primer éxito de una banda desconocida llamada The Beatles-, no es gris como el cemento, sino amarilla, roja, azul, verde. Su pie, la falda y la cúspide tienen los mismos colores que hace 60 años, cuando tomó forma este parque del antiguo pueblo de San Lorenzo Xochimanca y a la tierrita prehispánica la pateó la cruel urbanización.

Y ahora hablemos de su impresionante altura: 4 metros. Cuando de pequeño te llevaban a la montaña y desde abajo la observabas, tenías claro que escalarías una geografía colosal. Era necesario prepararte mental y físicamente para la hazaña. Claro, luego te volviste adulto y al mirar la montaña junto a tus hijos soltaste una frase equivocada: “Ay, qué chiquita, de chamaco pensaba que era gigante”. La madurez daña muchas cosas, y también el sentido de la dimensión: lo enorme lo percibes pequeño.

Ascender la gran montaña del Parque San Lorenzo es una proeza que los pequeños alpinistas logran sin crampones, piolets o mosquetones. Unos se elevan mediante sus 18 escalinatas, pero los más audaces

remontan sus vertiginosas cuestas a lo salvaje, con sus pies escaladores y sus manos que se adhieren a la pendiente encajando los dedos dentro de las costras de pintura que ha dejado el tiempo.

“Cada que iba a la montaña subía muchas veces. No usaba escaleras, solo trepaba como Spiderman. Arriba me sentía grande y súper fuerte”, me contó Alaia, una adolescente que hace poquito era niña.

Ya arriba, los chicos dominan con su vista panorámica al mundo entero, incluyendo las atracciones del parque: la capilla de San Lorenzo Mártir del Siglo XVI en cuyo atrio hay tumbas bajo los adoquines y atención, algo extraordinario: “El Guapo”, pirul de cientos de años de vida, un árbol que se cayó en 2009. Quedó en posición horizontal, como cadáver: se pensaba muerto al viejo sabio. Sin embargo, por algún fenómeno paranormal floreció. Le crecieron ramas y rojísimas bolitas, sus frutos. Una placa delante del tronco cuenta esa historia y se despide: “Gracias por cuidarme. Los quiere, el guapo”. Además de milagroso, tierno.

Pero volvamos un instante más a la montaña. En la cumbre, niñas y niños pintaron juegos de gato (el de círculos y cruces), la palabra AMOR justo en la peligrosa cornisa (para que no te sientas solo ahí arriba) y una frase no muy educada pero sí muy honesta: “Mayta hizo pipí aquí”. Por fortuna, no han quedado huellas líquidas ni aromáticas de Mayta.

Es habitual que los pequeños alpinistas festejen en la cumbre con gritos desaforados, alcen los brazos e incluso, de tanta alegría, quieran empujar a su amigo, amiga, para que se precipite por el despeñadero mientras ell@s se carcajean.

Pero incluso si eso no sucede, el descenso desde el pico es riesgoso porque al ingeniero que creó la montaña le fallaron los cálculos matemáticos de la resbaladilla. Como su pendiente hacia el empedrado de abajo es extrema, si no quieres que tu viaje acabe con tus nalgas rebotando en el piso debes ir frenando con tus tenis mientras bajas por esta resbaladilla ya pulida de tanto uso (cuántos miles de niños no han bajado por aquí).

¿Y ya? ¿Fin de la historia? Espera un segundo. Cualquier montaña del mundo cuenta con animales de distintas especies. Y aquí también los hay: elefantes, leones, búfalos, osos, peces, camellos, caballos y un rey, el gorila. Al enorme primate alguien le arrojó pintura azul en la nariz y la boca: su cara chorrea como si se hubiera dado un banquete de suculentas moras azules. Por ese detalle artístico, de entre todo el reino animal del parque el gorila es el que tiene más personalidad.

Y como él y los otros animales están hechos de cemento, tus hijos e incluso tú se les pueden tirar encima sin riesgo de feroces respuestas. Las ventajas de la naturaleza de cemento del Parque San Lorenzo son infinitas.

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